Después de mi primer año en la facultad de Agronomía de la
Universidad Católica, a la que entre en 1963 por flojo, ya que al ser
relativamente nuevo el examen de admisión era muy fácil comparado con los de
las universidades estatales, me trasladé a La Molina. Entré a la PUC recién
salido del colegio La Salle, y rápidamente me di cuenta de las deficiencias que
allí había, ya que tenía muy pocos profesores a tiempo completo, la mayoría
venía como profesores itinerantes de otras universidades, en su mayoría de la
UNALM por supuesto para estos profesores darnos clases era una actividad
adicional y sus ausencias eran muy frecuentes.
Veía con envidia a otros muchachos que habían ingresado a la
Agraria, sobre todo al ver el campus tan bonito con un huerto de frutales y
hortalizas, ganado, maquinaria, laboratorios, biblioteca, edificios por
doquier, antiguos y nuevos. Sobre todo, la ubicación y la planta de profesores,
muchos regresando de afuera con doctorados (ahí fue cuando escuché por primera
vez el título PhD) y el sistema académico de créditos en vez de la rigidez de
un currículo fijo como de colegio. Era realmente la era de oro de la Agraria.
Decidí entonces, junto con otros iluminados de la Universidad Católica, entrar
a La Molina en 1964 como trasladado. No solamente me aceptaron si no que me
consideraron algunos cursos básicos que ya había tomado. Desgraciadamente entre
estos no estaba Física II que fue el curso que me dio más zozobra ya que lo
tuve que repetir tres veces y me puso en peligro de frustrar mis objetivos.
Fue en esas circunstancias que conocí al gringo Robert, el
que entraba raudo al campus en su Buick 55 gris. Siempre amable y bien
dispuesto me dio más de una vez un jalón a casa ya que no vivíamos muy lejos.
Aunque en esa época no éramos grandes amigos, ya que el siempre aprovechaba su
tiempo libre para jugar fulbito, deporte que a mí no me atraía por no tener la
habilidad necesaria para hacerlo (lo interesante es que acabé siendo entrenador
de uno de mis hijos cuando tenía ocho años, hasta ese momento no sabía que era
algo que se aprendía, creí que se nacía sabiendo). No desarrollamos pues esa
camaradería que uno normalmente adquiere cuando comparte la emoción de un
deporte.
Socialmente fuera de la universidad era imposible compartir
diversiones con Robert, como eran las fiestas y reuniones con chicas ya que en
esa época él estaba casado y padre de familia, hecho que lo ponía en una
categoría muy diferente a la de nosotros, inmaduros sin mayores
responsabilidades fuera de aprobar los cursos de la universidad. Sin embargo,
compartimos muchos cursos ya que ambos teníamos intereses comunes. Uno de ellos
fue Principios de Horticultura dictada por Alfredo Montes y Miguel Holle,
materia en la que teníamos que manejar nuestra propia parcela de hortalizas,
desde preparación del suelo, siembra, limpieza, control de plagas y cosecha. Me
acuerdo claramente el cuidado meticuloso que le daba Robert a su parcela,
surcos perfectamente alineados, la tierra suave sin terrones, limpiecita sin
ninguna mala hierba, era realmente la envidia de muchos de nosotros. Este curso
fue como una epifanía para mí al descubrir El Huerto y sus habitantes,
profesores jóvenes muy progresistas entrenados afuera con doctorados y
maestrías, y sobre todo muy activos no solo en enseñanza sino también en
investigación.
Aunque no tuve la suerte de poder hacer mi tesis ahí, ya que
la hice en el Vivero con el gato Medina, al poco tiempo el Huerto fue mi segunda
casa, junto con el laboratorio de Biología bajo el cargo de César Morán donde
criábamos las moscas Drosophila, y lo veíamos armar y desarmar su microscopio
creo que como terapia mental. Esto ocurrió al graduarnos de ingenieros a
principios de 1968, siendo difícil conseguir trabajo con la flamante reforma
agraria de Velasco que prácticamente excluyó a los agrónomos del panorama
laboral.
Siguiendo el ejemplo y motivación de nuestros mentores, mi
meta era continuar al postgrado, ideal compartido por Robert, así como Carlos
Burga y Jorge Gonzales. Los cuatro optamos por Fitomejoramiento en el Programa
de Graduados de La Molina siendo acogidos por Miguel Holle y César Morán como
directores de tesis. Fue ahí donde tuve la oportunidad de desarrollar una
amistad muy estrecha no solo con Robert, sino también con Carlos y Jorge. A
veces los sábados se aparecía Robert con dos gringuitos que lo acompañaban en
su auto, sus hijos Robbie y Paul.
Nuestros dos mentores excepcionales eran nuestros modelos a
seguir, y no solo nos alentaban a especializarnos en el extranjero como ellos
lo hicieron, sino que nos introdujeron al mundo de la investigación, de la
importancia de aprender inglés y poder leer los últimos artículos científicos
que hacían posible que estuviéramos al día de los descubrimientos en nuestra
materia a nivel mundial. Leíamos descubrimientos que nos parecían
inverosímiles, a mí en particular me intrigaba mucho el que se pudieran
visualizar e identificar citológicamente los 12 cromosomas de tomate, realmente
no lo podía creer. Quién iba a pensar que poco tiempo después lo iba estar
haciendo rutinariamente como parte de mi tesis de doctorado. Miguel y César nos
ayudaron a preparar solicitudes a universidades en el extranjero, conseguir
apoyo financiero y apoyarnos con cartas de recomendación. Además, nos
incorporaron a sus proyectos de investigación y con frecuencia teníamos que
viajar con Miguel a evaluar sus experimentos de variedades de tomate, zapallo,
melón fuera de Lima, incluyendo escalas en Paracas a comer apanado de tortuga
(aquellos tiempos). Igualmente, a colectar tomates silvestres, labor que alguna
vez nos encomendó a nosotros solos. El último viaje que hicimos fue a Huaraz
justo unas semanas antes del terrible terremoto que arrasó con varios pueblos
de la región.
Fue una época pues de convivencia y camaradería muy bonita,
donde estudiamos juntos y analizábamos y discutíamos lo que leíamos y
aprendimos mucho. Una anécdota simpática fue un sábado en que estábamos en el
Huerto y recibimos una llamada de una comisaría del Rímac, que tenían detenido
a Teodoro Alcalá, el encargado de compras y venta. La noche anterior se llevó
la camioneta del Huerto y después de una parranda la había chocado, por suerte
sin mayores consecuencias. Uno de nosotros se hizo pasar por profesor y lo
fuimos a rescatar a él y a la camioneta sin que nadie más se enterara y el
pudiera así conservar su trabajo.
Para Robert estudiar y trabajar para mantener a su familia
le imponía una carga muy pesada. Me acuerdo que siendo solo cuatro estudiantes
en la clase de diseños experimentales de Calzada Benza, al escuchar la
monotonía de la tiza en la pizarra, tap, tap, tap, Robert se quedaba dormido
después de haber empezado su día a las 2 am en la Parada como comprador de
hortalizas y frutas para el supermercado Todos donde trabajaba. Yo escuchaba
caer un lapicero y sabía que se había quedado dormido así que le daba de codazos
para que se despertara antes de que el profesor se volteara. (unos de los
descubrimientos que uno hace al salir a estudiar afuera es la procedencia de
los libros de algunos profesores, por ejemplo, descubrí que el libro de Diseños
Experimentales, best seller de Calzada era una traducción fidedigna del libro
del mismo nombre, pero en inglés de Snedecor). Al inicio del segundo año en la
escuela de graduados, tres de nosotros truncamos nuestros estudios ahí.
Carlos y Jorge consiguieron becas de LASPAU, el primero se
fue a Rutgers y el segundo a la U de Texas en Austin y luego a U. of Illinois.
yo tuve la suerte y privilegio de ir a estudiar con el mentor de Miguel Holle a
la U de New Hampshire, Linc Pierce y luego a la U de California en Davis con su
colaborador y autoridad en genética de tomate Charley Rick. Robert fue el único
que se graduó con su maestría de la UNALM. De ahí se fue a Colombia a trabajar
en el CIAT por varios años en el programa de frijol. Una anécdota que nos contó
es que estando ahí sus jefes intentaron lanzar una nueva variedad de frijol.
Por suerte él se enteró de esto antes que lo hicieran y pasaran un ridículo, ya
que no era frijol sino un pallar chico que por el tamaño era fácil de
confundir. Durante su estadía estelar en CIAT tuvo una oferta para sacar su
doctorado en Inglaterra, pero desgraciadamente sus responsabilidades familiares
se lo impidieron y fue así que se fue a trabajar a BASF en el Perú donde hizo
la mayor parte de su carrera profesional.
Aunque durante el inicio de mis estudios en Estados Unidos
pude reunirme inicialmente con Carlos y Jorge, pero perdí prácticamente
contacto con Robert. Volví a verlo de una manera inesperada y que aún me pesa
no haber podido tener la oportunidad de haberla aprovechado mejor. yo estaba
recién contratado como profesor por UC Davis y había recibido la visita de un
colaborador israelita de un proyecto de apio que había heredado de mi
predecesor. Este señor había venido exclusivamente desde Israel a verme para
coordinar nuestras labores de investigación así que no podía negarme a verlo.
Mientras estaba en conferencia con él me tocan la puerta de
mi oficina y oh sorpresa era Robert con un grupo de visitantes de BASF. ya se
imaginan mi cara de asombro y emoción al verlo, que duró muy poco ya que no
pude deshacerme de mi visitante israelita y Robert sujeto a los planes de su
jefe que estaba con él, se iba con su grupo a ver varios laboratorios. No tuve
ni oportunidad de preguntarle donde se estaban quedando, al final me enteré que
se había alojado fuera de Davis así que me dolió mucho no poder haberlo
atendido como hubiera querido hacerlo. A raíz de ese encuentro fortuito, cada
vez que pasaba por Lima lo llamaba a BASF para juntarnos y almorzar juntos.
Después de ambos jubilarnos y yo de ir más a menudo al Perú, nuestros almuerzos
fueron semanales en el Club Miraflores y con frecuencia también con Carlos
Burga cuando no estaba ocupado con sus varios proyectos.
Fue por Robert que me hice socio del Club Miraflores donde
pasé ratos muy alegres en las cenas de la promoción 67-68 que Roberto con
frecuencia organizaba. Los últimos viajes que hicimos con Robert y Carlos
fueron a Huaral al fundo de mandarinas de Pepe Martin donde Carlos tenía varios
experimentos y a Ica, con paradas en Tacama y la Hacienda San José. El
propósito de este último viaje fue enseñarles mi proyecto de producción de
híbridos de espárrago.
En marzo del año pasado hicimos nuestra rutina social
normal, aunque él se quejaba de dolores al nervio ciático, quizás relacionados
al cáncer a la próstata que le diagnosticaron dos años atrás, el que
desgraciadamente se lo descubrieron muy tarde ya que tenía tomado los huesos.
En octubre fuimos a almorzar juntos con su hija Jennifer y Carlos Burga al club
y nos sorprendió ver su fragilidad y su estado de confusión mental, aunque
reconoció a todos, pero no podía mantener una conversación normal.
La última vez que lo vi fue una semana después en su
departamento de San Isidro antes de regresarme a EEUU. Almorzamos un pollo y
pudimos caminar por el malecón cerca de su casa, pero ya su estado mental había
empeorado, lo que creyeron se debía a los medicamentos que tomaba, pero
desgraciadamente su deterioro era irreversible. Su esposa Piedad estuvo siempre
a su lado, siguiendo fielmente los votos matrimoniales de apoyarlo "en la
salud y enfermedad", por lo cual me saco el sombrero por su dedicación y
cuidado hacia Robert durante todo el periodo de su enfermedad sufriendo en
silencio su calvario. Igualmente, la preocupación y apoyo incondicional de
nuestro leal amigo Carlos Burga durante los últimos días de Robert, yendo a
visitarlo hasta San Bartolo, a la clínica y a la casa de reposo en Lima donde
acabó sus días.
Robert siempre fue un amigo fiel y un colega excepcional que
con su conocimiento enciclopédico me ayudó mucho profesionalmente. Deja un
vacío muy grande para mí y para muchos de nosotros, con su gran sentido del
humor y memoria elefantica. Mis viajes al Perú no serán iguales en su ausencia
cuando me venía a buscar para almorzar juntos.
Jorge W González
Por los va y viene del futuro salí de la Academia al
terminar mi postgrado en la Universidad de Illinois y fui contratado por la
Standard Fruit Company con sede en La Ceiba Honduras y mis viajes al Perú eran
muy esporádicos, pero en la mayoría de ellos me comunicaba con Robert, quien
llegó a conocer a mi familia, al punto que mi madre hasta los 102 años de vida,
nunca se olvidaba del "Gringo Robert". Él tenía un carisma muy
especial y atractivo. Le hice probar mondonguito de oveja (El caviar de los
mondongos). Voy a tener grabadas en el corazón nuestras tertulias con Miguel
Holle, Robert, Carlos Burga y el Flaco Quirós, antes y después de su
enfermedad. El Quinteto de Oro, perdió a uno de sus mejores miembros.
José R. Benites Jump
Estimado Carlos Quirós, tu nota "Recordando a Robert
Burns" trajo a mi memoria muchos gratos recuerdos de nuestra vida
universitaria. Robert era un amigo muy especial por su carisma y sencillez.
Después de graduarnos nuestras vidas tomaron diversos caminos y el año 2008 que
decidí regresar al Perú y con el primero que contacté fue con Robert. Enterado
de que tú estabas de paso por Lima él arregló una cita en el restaurante Huaca
Pucllana para un reencuentro después de 41 años. En el año 2011 cuatro amigos:
Carlos Llosa, Robert Burns, Oscar Mas y el suscrito nos reunimos en la oficina
de Carlos. El motivo era formar una oficina consultora para varios temas del
sector agropecuario. Se logró redactar un documento para inscribir la
consultora en los registros públicos. Teníamos casi asegurado una consultoría
con la FAO, pero coincidió con una oferta de trabajo que hizo que me ausente
del Perú y según los Términos de Referencia yo fungía como el Director y la
consultora como un organismo de apoyo. Luego nos veíamos con Robert de vez en
cuando en cenas organizadas por él y anualmente en los reencuentros en el día
de la Confraternidad Molinera. En el adjunto me refiero a nuestra experiencia
del inicio de nuestra formación en la Facultad de Agronomía de la Pontificia
Universidad Católica (PUCP) y el traslado que hicimos a la UNALM. En esa
sección de tu nota discrepo contigo en algunos puntos, mejor dicho, tengo otro
punto de vista que quería compartir contigo y los compañeros de la promoción.
Aparte de eso tu nota es ágil, divertida y que describe de cuerpo entero a
Robert y su don de gente.
Oscar Mas Rivero
Cómo no recordar al buen gringo Robert, amigo desde temprana
edad, fuimos amigos de barrio, la famosa Quinta Reducto que quedaba en la
primera cuadra de Grimaldo del Solar en Miraflores, tiempos en que jugábamos
fulbito en la calle y había que estar pendiente si venía el patrullero; el
primero que lo divisaba aparecer por la esquina al grito de ¡patrullero!
salíamos disparados y desaparecíamos por los callejones que eran las puertas
falsas de las casas.
El gringo gran aficionado al fútbol era zurdo e hincha
acérrimo del Sport Boys del Callao de donde era su mamá. Titular indiscutible
en los partidos de fútbol que jugaba el representativo de la Quinta, me acuerdo
de un partido que jugaron en Chorrillos en la Cancha de los Muertos.
Nos conocimos desde la edad de 15 años, él vivió sus
primeros años en la quinta Reducto y luego se mudaron a la calle Enrique
Palacios cuadra 2, pero él siguió yendo a la Qmuinta Reducto, estudió en el
colegio San Francisco, en la Av. Arequipa frente al colegio San Onofre y a la
Casa Marsano. Tuvo su primera enamorada Herminia Vargas (a) Mina que vivía en
la Quinta Reducto en la Quinta del Medio.
Qué buenas épocas vivimos con el gringo a pesar que siempre
estaba serio, tenía un humor fino propio de un escocés, su padre escocés, el
buen George, quien trabajaba en la oficina de Panagra, cerca del aeropuerto
Limatambo en cuyo edificio principal está ahora el Ministerio del Interior. Su
mamá era chalaca la buena Cesárea Rangel, el gringo tuvo 4 hermanos todos
hombres: George, Donald, Edwin y Richard.
El gringo se presentó a la UNI, quería seguir ingeniería,
pero no ingresó y le conté que yo ya había ingresado a la UNALM a través de la
Pre y le convencí que se presentara a la UNALM e ingresó. Él ya estaba casado y
tenía un hijo y vivía en San Antonio. No recuerdo si fue en segundo o tercer
año que "heredó" el Buick Special gris 4 puertas de su padre y empezó
a ir a la universidad en el auto. Me acuerdo que estando un día en la Estación
Experimental de la Molina uno de nosotros estaba parado en la esquina de una de
las casas y el gringo queriendo hacer una maniobra para demostrar su dominio
del Buick simuló que lo iba a atropellar, pero que al final lo iba a esquivar,
pero no calculó bien y menos mal que el pata se retiró a tiempo y el Buick
raspó la esquina donde había estado parado el pata. No recuerdo si ese pata fue
el cabezón Llosa; ojalá que alguien que lea este recuerdo pueda aclarar de que
pata se trató. Así como estás situaciones tuvo otras en que emitía opiniones
sobre situaciones serias que causaban hilaridad, pero el siempre serio o a lo
más una ligera sonrisa. Descansa en paz mi querido gringuito, estabas sufriendo
mucho y no te lo merecías por lo buena persona que siempre que podías ayudabas
sin jamás alardear, como si fuera lo más natural porque te nacía.

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