Edilberto Guevara
Como era costumbre, a los recién egresados se les denominaba
cachimbos y se les bautizaba cortándoles a ras el cabello (pelándoles al coco)
y arrastrándoles embozalados por varios chifas de la calle capón del barrio
chino, en los alrededores del mercado central, ceremonia en la cual permanecían
debajo de la mesa mientras los que por derecho de señorío dirigían la parranda,
se comían lo mejor de los platos chinos a costa de los primeros, amenizando la
tertulia con pisco, ron y cerveza y cantando a golpe de tambor el segundo himno
molinero, cuyas estrofas rezan:
Para
ser un buen criollo de rompe y raja
cuatro
cosas se requieren
y
esas cuatro cosas son
Que
sea de La Molina guapo y enrasa'o
con
su botella de pisco,
y
su buena chola al la'o
Yo
no soy de aquí
soy
de La Molina
si
quieres que pique el guiso,
cholita
échale ají!
[cuchillo
porque te doblas si eres de tan fino acero
así
se doblan las mujeres cuando ven a un molinero]
...Y
el ritmo se repite de nuevo...
Óscar Pérez Contreras
En el mes de diciembre de 1962 y a pocos días de la clausura
escolar de la Gran Unidad Escolar “Ricardo Palma” donde culminé mis estudios
secundarios, recibí una grata noticia que facilitó mi postulación e ingreso a
La Molina: El subdirector y padrino de la promoción, me otorgó una beca para la
Academia Agronomía. Esta oportuna oferta aligeró la presión económica de una
familia con dos postulantes a la universidad, pues mi hermano se presentaba a
la UNI.
En esos tiempos la Academia Agronomía era, sin duda, el
mejor centro preuniversitario de verano y la más solicitada y mejor cotizada.
Reconocida por su calidad y eficiencia en el ingreso a la Universidad Agraria,
UNMSM, UNI, PUCP y escuelas militares de educación superior. Tenía un buen
plantel de docentes, entre otros, Ing. Julio Kuroiwa, quién ya se perfilaba
como un científico de prestigio internacional en sismología, nos enseñaba
matemáticas; el futuro y destacado docente y consultor internacional, Carlos
López Ocaña, botánica, y zoología el Ing. agrónomo Herrera que trabajaba en el
Hipódromo de Monterrico. Fueron dos meses de preparación intensiva; en enero de
lunes a sábado y en febrero hasta el domingo con pruebas simuladas de exámenes
cada fin de semana.
La primera semana de marzo nos presentamos al local de la
Pre Agraria de la Av. Cuba alrededor de 800 estudiantes para cerca de
doscientas vacantes. Fueron cinco pruebas, de lunes a viernes; siendo la
última, Física, la de mayor dificultad. Desde ya se sentía la mano que quién
sería el siempre recordado profesor de nuestra y muchas promociones.
El lunes siguiente a medio día y cerca de la Pre me cruzo
con el postulante Morán, quien no aprobó la Pre-62, y en la academia siempre
mostró buen conocimiento y desempeño en las pruebas simuladas. Con el rostro
contraído me dijo que no había ingresado. Aunque tenía confianza de mi
rendimiento, no dejó de inquietarme la noticia.
El pasillo central de la Pre estaba saturado de postulantes
y familiares a lo largo de unas treinta hojas con los resultados del examen.
Reviso desde el final hasta la mitad sin encontrar mi nombre. Y ya mezclado
entre el público avanzo a la primera hoja y ubico en la segunda mi nombre junto
al de Américo Piskulich con la misma nota y puesto 27.
Para esto un grupo de alumnos del 2do año de la Molina me
venía siguiendo, constatan mi ingreso “invitándome” a completar el sexteto de
cachimbos. Después del corte de pelo con la tradicional “A”, en un jeep verde
ejército, apretujado de doce, padrinos y “perros”, nos dirigimos al restaurante
El Molinero de Magdalena, ubicado en las inmediaciones del cruce de las
avenidas del ejército y Brasil
Sentados de derecha a izquierda los padrinos: Tanaka, Amaya
y Luque de ciencias sociales, Díaz de Agronomía, Flores y Ruiz de Zootecnia.
Parados, los perros: Carlos Vera, Nagahama/Ishi Ito, José Gianella, Pedro
Morales y Carlos Dorado
Un lustro después, en la Graduación del Recuerdo del 22 de
marzo 1968, José Gianella Villa y yo compartimos la oficialización del sueño
profesional juntamente con los ex-padrinos y ahora colegas Enrique Amayo,
Carlos Díaz, Juan Ponce y Miguel Tanaka.
Ramón Ferreira
Me cortaron el pelo con tijeras y navaja. Mis padrinos Rudy
Muñante, Luis Maesono, Axel Dourojeanni, Marqués, y Gustavo Echecopar planearon
ir a almorzar al restaurante Rosita Ríos, en el Rímac. La comida abundante y
muy rica. Éramos un grupo de más de 12 personas. Los que pagamos la cuenta no
pasábamos de cuatro. Cuando nos dieron la cuenta del almuerzo no teníamos lo
suficiente para pagar. Yo particularmente dejé mi reloj empeñado para poder
salir del lugar. El día del bautizo fue un día muy especial, que lo recuerdo en
todo momento como un acontecimiento trascendente para mí.



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