lunes, 31 de agosto de 2020

5.7 MEMORIAS DE UNA AGRÓNOMA

 Clelia Torino

En Venezuela, fui invitada a formar parte de una Misión financiada por el Banco Mundial para visitar a las tribus amazónicas radicadas en el Territorio Federal Amazónico (frontera con Brasil y Colombia) con el fin de colaborar con la actualización de la Taxonomía mediante la incorporación de nuevas especies botánicas existentes en la zona. Por esa razón visité tribus como Guajibos, Parias, Piaroas, Maquiritares, En una de las reuniones con indígenas, esta vez en una tribu Maquirtare, contra lo usual, el jefe tenía un rostro amable y expresivo lo que motivó mi alegría y lo saludé tocándolo varias veces en el hombro y cada vez que éste manifestaba su aceptación por mi visita. En un momento se levantó intempestivamente de su lugar (todos estábamos sentados en el suelo) y me colocó su collar en mi cuello, lo que ayudé muy contenta. ¡Mi asistente, un indio Piaroa inmediatamente me “ordenó” VAMONOS!, lo seguí a tropezones hasta el “bongo” (canoa de la selva) hasta le “chalana” (barcaza que navega el río Orinoco) hasta Puerto Ayacucho (capital de la región). A la mañana siguiente, muy temprano me apersoné a las oficinas del Instituto Agrario Nacional (IAN) y cuyo jefe era el Ing. Orlando Rodulfo que había hecho un Post grado en la UNALM, por lo que me unía con él una linda amistad y, por supuesto con mi collar indígena. Apenas me vio, me indicó que, conocedor del incidente en la tribu por boca de mi guía, había ordenado mi inmediato regreso a Caracas en una avioneta de la Gobernación para cuidar mi integridad física, ya que, al haber aceptado el collar, me había comprometido en matrimonio con el jefe indígena. Me manifestó que el peligro menor era mi presunto enlace con el jefe maquiritare, ya que el verdadero peligro era el ataque de la esposa o conviviente de dicho jefe, quien en esos momentos ya estaba cruzando la selva para eliminarme porque así era o es, la ley de la selva. En vista que ya había experiencias similares con profesoras y enfermeras, me regresaron a la ciudad después de cuatro hermosos meses de mi permanencia en selva. Regresé a la ciudad, con pena y avergonzada, pero mis compañeros de Misión me recibieron con mucha alegría y comprensión. Aún guardo el collar y fotografías de mi estadía en esa zona tan bella.

En Puno. Hace algunos años, haciendo supervisión de caminos en el Departamento de Puno, hice un recorrido por las alturas de Ocuviri, al lado de un chofer muy experimentado (Sr. Justo Corimanya), y casi al mediodía nos detuvo una brigada de aproximadamente 10 varones encapuchados. El chofer me indicó que cerrara la ventana y me encogiera en el suelo. A través de las máscaras “pasamontaña”, me pareció ver un rostro conocido y, en lugar de cerrar la ventana, la abrí totalmente, saqué medio cuerpo e invité a la brigada para “jalarlos” al poblado de Pucará ya que hacía bastante frío. La camioneta (que era oficial) no se detuvo y lentamente pasamos entre el grupo que, para mi sorpresa, no se trepó al carro. Al día siguiente, muy temprano fui a las oficinas del Ministerio de Transportes cuyo jefe residente era el Ing. Miguel Machado Cazorla, quien muy preocupado me manifestó que ya le habían contado que me había “enfrentado a una patrulla terrorista”. Al explicarle que no me había enfrentado a nadie y que sólo había invitado a subir a una brigada de trabajadores de mantenimiento vial, me señaló muy preocupado que por esa zona no había caminos en mantenimiento. Hace unos años atrás me tocó igualmente supervisar andenes en las alturas de Pomata en el Dpto. de Puno. Tuve la suerte de hacer muy buenas relaciones con los Unión Nacional de Comunidades Aimaras (UNCAS), ya que se me ocurrió, por respeto a la comunidad aimara, saludar respetuosamente a sus entidades un 23 de mayo en que a las 3 de la tarde el sol y la luna están en el firmamento, además de los Apus, el Lago Titicaca y la Tierra. Al trepar a los andenes me sentí muy mal y sentí que sin aire (que no entraba a mis pulmones) me moría. Fue entonces que el Jefe de los UNCAS (Dr. Antropólogo Bonifacio), quien afortunadamente me acompañaba, ordenó me dieran coca. Con la boca reseca y sin aire no podía masticarla y ya casi moribunda me indicó “mastique o se muere”, Me asusté un poco más de lo que estaba, y la saliva poco a poco salió no sé de dónde y luego de masticar cerca de 6 o 7 veces puñaditos de coca, me pasó el malestar y de regreso, en la parte baja de los andenes y de los cerros, me esperaba una caja de cerveza que brindé con mis amigos aimaras.

    


 

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